domingo, 28 de octubre de 2007

Mishima

Aprovechando que el Lérez pasa por Pontevedra y que el libro que está desde ayer en mi mesilla de noche es El marino que perdió la gracia del mar, de Yukio Mishima, voy a intentar esbozar un par de pinceladas sobre la teatral manera que tuvo de vivir (y de morir) de este genial escritor japonés.

A pesar de haber dejado escritas auténticas obras maestras como El rumor del oleaje (alegoría ultranacionalista y fascista de cómo sería su Japón ideal escondida tras la mejor historia de amor con la que jamás me haya cruzado en un libro) o la tetralogía El mar de la fertilidad (que podría considerarse algo así como su corpus ideológico), la fama de Mishima se debe en buena parte a su excéntrica biografía.

Hijo de un funcionario del gobierno, nació en 1925 en Tokio con el nombre de Kimitake Hiraoka. Desde pequeño mostró una serie de aficiones como jugar con las muñecas de sus primas o escribir relatos que su conservador padre desaprobaba al considerar pasatiempos afeminados. Posiblemente el hecho que más marcó a Mishima durante los primeros años de su vida fue el ser rechazado para servir en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, lo que él consideró como una ocasión perdida de dar su vida por su país y el Emperador. Una vez terminada la guerra se licenció en Derecho e inició una efímera carrera como funcionario que no tardó en abandonar.

Se pudo permitir abandonar la seguridad de una carrera en el funcionariado gracias al abrumador éxito cosechado por su primera novela Confesiones de una máscara, publicada en 1948. Se trataba de una obra con gran carga autobiográfica, en la que un joven fascinado por la violencia y la muerte descubre su homosexualidad, que intenta ocultar al mundo escondiéndose tras una máscara de normalidad. A partir de ahí inició una fecunda carrera que le llevó a estar presente varias veces en las quinielas para el Nobel de literatura aunque al final ese galardón terminó yendo a manos de su mentor, el también genial Yasunari Kawabata.

Ya en la década de los 50 Mishima decide dar un giro a su vida y cambiar a base de sesiones de pesas (que no abandonó en lo que le quedaba de vida) su enclenque cuerpo por uno más musculado que él mismo consideraba "hercúleo". Se cuenta que recibió con gran orgullo la solucitud de los editores de una enciclopedia para añadir una foto suya como ilustración de la entrada sobre el culturismo. Además, combina las palizas en el gimnasio con la práctica de artes marciales, llegando a convertirse en un habilidoso kendoka.

En 1968 forma la Sociedad del Escudo, un grupúsculo paramilitar ultraderechista, que nunca llegó a tener ni un centenar de miembros, cuya función era la de proteger a Japón y a su Emperador (a quien no perdonaba que hubiera renunciado a su divinidad tras la derrota sufrida en la Segunda Guerra Mundial) de los peligros que afrontaba la patria debido a lo que ellos consideraban una peligrosa occidentalización y un abandono de los valores tradicionales nipones.

La Sociedad del Escudo llevó a cabo su primera (y última) acción el 25 de noviembre de 1970. Mishima, acompañado por otros cuatro miembros de su grupo, se atrincheró en un cuartel de las Fuerzas de Autodefensa Japonesas. Había planeado todo con meticulosidad durante largo tiempo. El día anterior había entregado a su editor el último volumen de su tetralogía e incluso tuvo la previsión de dejar un fondo económico para costear la defensa legal de los camaradas que sobreviviesen a la acción.

Una vez se hacen fuertes en el cuartel (con el secuestro incluido de un oficial) convocan a unos ochocientos soldados bajo un balcón desde el que Mishima, ataviado con el uniforme de su sociedad que él mismo ha diseñado, lanza una arenga en la que insta al ejército a dar un golpe de estado que restaurase al Emperador al lugar que se merecía. El discurso sólo recibe burlas y abucheos, y Mishima vuelve al interior listo para cometer seppuku (tradición que años atrás había narrado con escalofriante maestría en su relato Patriotismo) auxiliado por el que según algunos era su amante aquellos días, Masakatsu Morita. La labor de Morita consistía en cortar la cabeza de Mishima para ahorrarle sufrimiento, pero los nervios le traicionaron y a pesar de propinarle varios espadazos en el cuello no fue capaz de decapitarle. Al final tuvo que ser otro miembro del comando, Hiroyasu Koga, quien lo hiciese. Una vez Mishima había muerto, Morita siguió sus pasos también ayudado por Koga.

Esta esperpéntica acción llevó al día siguiente a Mishima a la portada de los periódicos de medio mundo, dándole una proyección mediática a la que jamás hubiese llegado solamente con su obra.

Espero que esta breve semblanza despierte la curiosidad de alguno de vosotros por la obra de este escritor. Si todavía no habéis leído nada suyo os recomendaría encarecidamente la lectura de la ya citada El rumor del oleaje. Es una novelita razonablemente breve que contiene buena parte de las obsesiones de Mishima y que es una verdadera maravilla.

Si has sido capaz de llegar hasta aquí muchas gracias por haber soportado semejante ladrillo. Prometo hablar de algo más ligerito la próxima vez ;-)

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