Definitivamente, el salir de farra (ligerita, eso sí) la noche antes de una popular se ha convertido en una costumbre a la que sólo he fallado una vez. Aunque la verdad es que en esa única excepción la razón principal de irme temprano a la cama no fue el estar descansado al día siguiente sino más bien el poder escapar fácilmente de un plan que no me apetecía un carallo, pero ésa ya es otra historia.
Estoy divagando. En fin, a lo que iba.
Normalmente las carreras populares suelen empezar escasos minutos después del amanecer, cuando todavía puedes ver a los operarios municipales dando los últimos retoques a las calles que acaban de ser puestas una nueva mañana. Pero en este caso el evento no empezaba hasta más allá del mediodía, por lo que pude dedicar las primeras horas del día a intentar hacer algo de provecho con mi tiempo. Desgraciadamente esas buenas intenciones terminaron sufriendo el que es su destino habitual: ser miserablemente incumplidas. Daba igual la atención que me empeñase en prestar a mis apuntes, mi cabeza estaba ya inquieta pensando en mi debut en el submundo del cross.
Visto que la planeada mañana de estudio no iba a dar los frutos que ingenuamente me había imaginado que daría, decidí enfundarme en mi disfraz de corredor e ir bajando a la uni para empezar a pulsar el ambiente.
Si nunca habéis estado en una carrera popular debéis saber que os estáis perdiendo una realidad alternativa que a mí todavía me sigue sorprendiendo. Da igual la hora que sea, el tipo de recorrido, la distancia, el tiempo que haga, etc. Siempre va a haber gente. Mucha gente. Y da exactamente igual lo temprano que llegues. Siempre habrá una recua de corredores que lleven ahí desde vaya usted a saber cuándo.
Una de las cosas que más me llama la atención es la variedad de gente que te encuentras. Desde el corredor prototípico, equipado con la última tecnología en gadgets para runners (fácilmente reconocibles porque normalmente llevan una camiseta conmemorativa de alguna carrera anterior), hasta el que parece que no sabe muy bien qué hace ahí (estos se reconocen por llevar las primeras bermudas que han encontrado en un armario y como mínimo una prenda que haga propaganda de alguna bebida alcohólica), pasando por la familia al completo que viene a animar a papá o a mamá o por los uniformados grupos de amigos pertenecientes a algún club. Sin olvidarnos también del mítico vejete que jamás te esperarías que se apuntase a una locura de éstas. Todavía tengo grabado en la retina al señor de unos sesenta añazos, todo canoso él, al que adelanté en el ¡kilómetro siete! de la Carrera del CSIC de este año.
Una vez curioseado el ambiente, toca aprovechar la carrera de las chicas para calentar y estirar un poquito. Aquí las categorías masculina y femenina no se disputaban a la vez, así que la técnica de carrera de Nacho (que tengo que reconocer que me ayudó bastante en los dos últimos kilómetros del CSIC) no es viable. Que explique él si quiere su teoría en los comentarios, la tiene bastante depurada :P
Cuando terminó la última participante femenina llegó la hora de la verdad y el que es para mí el momento más estresante de toda carrera. Hay que coger sitio en la salida. En el mejor de los mundos la gente se colocaría en un lugar que se correspondiese aproximadamente con su ritmo de carrera planeado, pero la realidad es más dura. Todo el mundo quiere ponerse lo más adelante posible. Así que una vez dado el pistoletazo de salida que marcaba el inicio de los seis kilómetros de carrera, te ves dando una vuelta a la pista de atletismo esquivando como buenamente puedes a los que van más lento que tú e intentando no molestar a quienes te adelantan.
La vuelta a la pista es un mero trámite antes de echarnos al monte, que es a lo que a fin de cuentas hemos venido.
En la foto de arriba se puede apreciar mi cara de circunstancias al encontrarme con un pedazo terraplén a los pocos metros de empezar el recorrido de campo a través. En ese preciso momento me atormentaban dos pensamientos:
- ¿De verdad pretenden que baje por ahí?
- Me cagho no mundo, dentro de unos cinco kilómetros habrá que subir esta misma cuesta
Una vez superada esa señora cuesta abajo había que dar un par de vueltas a un circuito (bastante bonito si no fuera por las obras, la verdad) que no tenía ninguna dificultad especial. Lo más curioso ocurrió ya en el kilómetro cinco, cuando tuvimos que atravesar un rebaño de cabras y ovejas que pastaban tan tranquilas en pleno trazado.
Tras esa bucólica estampa llegaba el inevitable momento en el que había que enfrentarse a La Cuesta de la que muchos hablaban antes de empezar la carrera. Lo cierto es que el repechito se las traía, pero los kilómetros de trail por los montes que separan este pueblo de Quijorna que he acumulado en las piernas en los últimos tiempos son suficientes como para que una subida corta, por muy jodida que sea, no me dé demasiado miedo.
Así que me puse a ello. Mirada fija en el final de la cuesta, brazos marcando el ritmo, indiferencia total ante las quejas del pulsómetro y en la cabeza una vocecilla repitiendo una y otra vez el mantra "el dolor es debilidad abandonando el cuerpo". Nótese en la foto siguiente la cara de velocidad que llevo gracias a este método ;-)
Escasos metros después de la cuesta estaba ya la línea de meta. Paré el cronómetro en unos aceptables 23'57'' y me dispuse a disfrutar de la clásica rapiña del avituallamiento post-carrera. Aunque, para qué engañarnos, no había demasiado que rapiñar...
Para ir terminando ya, que van siendo horas de acostarse: éste ha sido mi primer cross y tengo que reconocer que me ha gustado bastante. En un principio era un poco reticente porque prefiero distancias más largas, pero me lo he pasado como un enano dando chimpos por el monte. No descarto repetir en alguna de las próximas pruebas del calendario que se celebren en algún sitio que me pille a mano.
Nota: Fotos cortesía de Víctor P., que ha subido a Picasa más de giga y medio de imágenes de la carrera
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